Si alguien sabe bien cuánto se la juega cada vez que pega un bocado a un alimento este es
George Bush Jr. Una galleta
aparentemente inofensiva estuvo apunto de cometer un magnicidio que, todo sea
dicho, pudo haber salvado miles de vidas en Irak o Afganistán. Cualquiera puede
pasar por este mal trago, nunca
mejor dicho.
Sin ir más lejos, una noche fría de
Octubre acudí a un restaurante
de Ayamonte a disfrutar de unos maravillosos manjares en buena compañía. Había
ido varias veces a aquel restaurante
y todo parecía la mar de normal. Pedí una pizza, ingenuo de mí, pensando que no
me haría daño y que además estaría buena. Y sí, estaba buena, pero aunque
parezca mentira las pizzas también pueden ser muy malaputa. En un
descuido, mastiqué su corteza crujiente y un trozo pequeño pasó antes de tiempo
tras la lengua, alcanzó la epiglotis y el muy hijo de puta se quiso ir para la traquea. ¡Sálvese
quien pueda!
Empecé a toser primero tímidamente para
no dar la nota en el restaurante y poco a poco, conforme se iba encendiendo mi
cara del color del culo de un mandril, me puse a toser más y más fuerte. Mis
amigos y compañeros de mesa me miraban estupefactos. Con cara de: “Pues no
se está ahogando el tío”. Y yo seguía debatiéndome entre la vida y la
muerte con un trozo de pizza en la boca y las lágrimas saltando a borbotones: “Mira que si voy y me muero
aquí con una maldita pizza, qué manera más tonta, joder”. A esto que de
repente vi la luz. Al final del
túnel. Me cagué vivo, oiga.
Y allí estaba yo, intentando regurgitar
el puñetero trozo de pizza a base de esputos de diversa consideración haciendo
un concierto que mantenía a todo el restaurante
en vilo. Había alguno que sacaba la cámara de vídeo por si montaba una snuff y
se sacaba una pasta en el mercado negro. Pero yo seguía a lo mio y la luz me llamaba. Oía una voz al
fondo y una mano que me indicaba el camino. Una luz cegadora que no me dejaba
ver un pijo y la voz dulce me decía: “Veeeen, veeen para acá mocetóooón”
Y es que el cielo está lleno de beatas salidas
y dicen mocetón. Y seguía: “Veeeen, veeeen” Y grité: “¡Coño déjame en
paz que no ves que me estoy ahogando! ¡No puedo!” Y se apagó.
Volví al mundo consciente viendo como mis amigos debatían si era bueno o no
dar palmadas en la espalda para desatascar el estropicio. Ya había quien apuntaba
al boca a boca, y sacar el demonio que llevaba dentro. También animaban con: “¡Tose!
¡Tose más! ¡Tose por tu madre!” Mientras debatían y hacían perfomances
raras yo me moría, claro. Pero por desgracia para las beatas yo conseguí hacer
un esfuerzo extra, tosí para que lo oyeran hasta a tres kilómetros a la redonda
y saqué el maldito cacho de pizza que quedó clavado en la mesa cual estrella ninja. Así que mientras
me secaba las lágrimas, pedí disculpas a mis compañeros de mesa por el
espectáculo que había dado y sobre todo les di las gracias por su ayuda
inestimable. No movieron un dedo. ¿Nadie grita hay un médico
en la sala cuando es necesario?
Claro que no, porque absolutamente todos los comensales de
mi mesa, excepto yo, eran estudiantes
de Medicina. Cómo está el tema de los recortes que llegan hasta la Universidad…
No hay comentarios:
Publicar un comentario