martes, 22 de enero de 2013

El día que casi me ahogo


Si alguien sabe bien cuánto se la juega cada vez que pega un bocado a un alimento este es George Bush Jr. Una galleta aparentemente inofensiva estuvo apunto de cometer un magnicidio que, todo sea dicho, pudo haber salvado miles de vidas en Irak o Afganistán. Cualquiera puede pasar por este mal trago, nunca mejor dicho.
Sin ir más lejos, una noche fría de Octubre acudí a un restaurante de Ayamonte a disfrutar de unos maravillosos manjares en buena compañía. Había ido varias veces a aquel restaurante y todo parecía la mar de normal. Pedí una pizza, ingenuo de mí, pensando que no me haría daño y que además estaría buena. Y sí, estaba buena, pero aunque parezca mentira las pizzas también pueden ser muy malaputa. En un descuido, mastiqué su corteza crujiente y un trozo pequeño pasó antes de tiempo tras la lengua, alcanzó la epiglotis y el muy hijo de puta se quiso ir para la traquea. ¡Sálvese quien pueda!
Empecé a toser primero tímidamente para no dar la nota en el restaurante y poco a poco, conforme se iba encendiendo mi cara del color del culo de un mandril, me puse a toser más y más fuerte. Mis amigos y compañeros de mesa me miraban estupefactos. Con cara de: “Pues no se está ahogando el tío”. Y yo seguía debatiéndome entre la vida y la muerte con un trozo de pizza en la boca y las lágrimas saltando a borbotones: “Mira que si voy y me muero aquí con una maldita pizza, qué manera más tonta, joder”. A esto que de repente vi la luz. Al final del túnel. Me cagué vivo, oiga.
Y allí estaba yo, intentando regurgitar el puñetero trozo de pizza a base de esputos de diversa consideración haciendo un concierto que mantenía a todo el restaurante en vilo. Había alguno que sacaba la cámara de vídeo por si montaba una snuff y se sacaba una pasta en el mercado negro. Pero yo seguía a lo mio y la luz me llamaba. Oía una voz al fondo y una mano que me indicaba el camino. Una luz cegadora que no me dejaba ver un pijo y la voz dulce me decía: “Veeeen, veeen para acá mocetóooón” Y es que el cielo está lleno de beatas salidas y dicen mocetón. Y seguía: “Veeeen, veeeen” Y grité: “¡Coño déjame en paz que no ves que me estoy ahogando! ¡No puedo!” Y se apagó.
Volví al mundo consciente viendo como mis amigos debatían si era bueno o no dar palmadas en la espalda para desatascar el estropicio. Ya había quien apuntaba al boca a boca, y sacar el demonio que llevaba dentro. También animaban con: “¡Tose! ¡Tose más! ¡Tose por tu madre!” Mientras debatían y hacían perfomances raras yo me moría, claro. Pero por desgracia para las beatas yo conseguí hacer un esfuerzo extra, tosí para que lo oyeran hasta a tres kilómetros a la redonda y saqué el maldito cacho de pizza que quedó clavado en la mesa cual estrella ninja. Así que mientras me secaba las lágrimas, pedí disculpas a mis compañeros de mesa por el espectáculo que había dado y sobre todo les di las gracias por su ayuda inestimable. No movieron un dedo. ¿Nadie grita hay un médico en la sala cuando es necesario?
Claro que no, porque absolutamente todos los comensales de mi mesa, excepto yo, eran estudiantes de Medicina. Cómo está el tema de los recortes que llegan hasta la Universidad

No hay comentarios:

Publicar un comentario