martes, 23 de octubre de 2012

Del matrimonio y otras componendas.‏

A estas alturas yo creo que tengo más autoridad moral que el Papa para hablar del matrimonio. Después de todo yo este año cumplo los ..enta años de casado (y él, no). Además, me he tenido que meter entre pecho y espalda unos cuantos libros de Antropología, en los que el matrimonio es la institución estrella a lo largo de los pueblos y de los siglos. Pero no se preocupen que no les voy a hablar del matrimonio en los burundi ni en los indios chiricahuas, si bien es verdad que la variedad de formas en las que la gente asume ese compromiso me lleva muchas veces a preguntarme qué hace que dos personas que no se conocen de nada, o que se conocen demasiado bien, decidan firmar papeles para lavarse los dientes en el mismo lavabo durante toda la vida. Echemos un vistazo, por ejemplo, a tres casos. Primer caso: León Tolstoi, antes de casarse, le hizo leer a su novia, Sofía, sus diarios para que no protestara cuando viera qué tipo de pájaro se iba a llevar al huerto. Ah, no dirás que no te avisé… Total, que se pasaron la vida tirándose los trastos a la cabeza, escribiendo cada uno su diario e intercambiándoselo (que ya es afición), poniéndose bonitos. No la dejaron ni ir al entierro, supongo que para que no le diera un bolsazo al féretro. Segundo caso: Mi abuela materna se casó con su cuñado después de que su hermana hubiera muerto. Ella era una jovencita con cintura de avispa, me contaba, a la que le encantaba bailar la berlina en las fiestas de Villablanca. “A mí me gustaba un chico de Lepe decía pero, cuando mi cuñado me pidió casarnos, mi madre me dijo: “Sí, hija, cásate con él para que no se vaya de la familia”. Y allá que se casó y tuvo 4 hijos. Cuando mi madre, que era la más pequeña, tenía pocos años, ya mi abuelo tenía una familia paralela en Cartaya y, al morir mi abuela a los 72 años, él se casó por tercera vez con su compañera de allá con la que también tenía hijos y nietos. Tercer caso: Don Faustino, el padre de uno de mis amigos, que murió a los 100 años, se enamoró a los 25 de su mujer y le propuso casarse. Ella le puso una condición. Su madre había sufrido mucho por culpa de las infidelidades del marido y ella no quería pasar por lo mismo. Le dijo:”Yo quiero que tú seas para mí y yo para ti”. Don Faustino le dijo: “Dame 6 meses de libertad y, cuando pasen, seré sólo para ti”. ¡Y ella aceptó (sin ocurrírsele pedir lo mismo para ella)! Después de 6 meses de francachela, Don Faustino volvió y, muchos años más tarde, me decía con los ojos húmedos: “Y, desde entonces, yo fui para ella y ella para mí”. ¿Alguna conclusión, aparte de que todas fueron al matrimonio sabiendo lo que había? Supongo que la misma que me decía mi padre, que tuvo con mi madre un largo matrimonio de 50 años, sin separarse jamás: “Ay, hija, es que el matrimonio es una lotería…”. Y hay quien no gana nada, hay quien rasca algo en la pedrea, hay quien tiene algo pasable y hay quien consigue el premio gordo. Todo depende ¿de la suerte?

sábado, 13 de octubre de 2012

Aprender a tocar la flauta

Llega un momento del año que no falla nunca en el que de repente, sin saber por qué ni como ni cuando, te llegan sonidos desafinados a los oidos en forma de martillos siniestros que golpean una y otra vez tu débil tímpano. No, no estoy hablando de Operación Triunfo. Ese sonido parecido a un aullido de dolor intenso no deja de ser una flauta mal sonada por un crío de unos ocho años al cual los profesores no han tenido otra genial idea que obligarles a comprar ese instrumento del demonio para que lo aprendan a usar. Es un decir. No sé si lo recordaréis, a todos nosotros nos han hecho comprar una flauta en algún momento del EGB, se supone que es para enseñarnos el amor a la música y que aprendamos a usar un instrumento musical. Claro, es algo barato para comprar y relativamente fácil de tocar, se sopla y se tapan agujeros. El caso es que un instrumento tan aparentemente sencillo de usar, resulta un tremendo tormento para toda persona cercana al niño o incluso alejada, que el otro día abrí un momento la puerta del balcón y me alcanzó una bofetada en el oído que llegaba de la calle. Era un niño armado con una flauta de madera acompañado de su madre con orejeras de esas que llevan los ingenieros en las carreras de Formula 1. No era para menos. Yo no logro a entender ni siquiera a los profesores porque al fin y al cabo ellos lo tienen que sufrir en una clase. Imaginad por un momento a veinte Juan Camus pequeñitos cantando en una clase, sería un desafine completo, pues lo mismo con veinte niños tocando la flauta como si tocaran un matasuegras. Luego dicen que los profesores cogen depresiones. Por cierto, corre el rumor de que tal y como están las cosas, en las oposiciones para profesor, les pedirán en el currículum especialidades de artes marciales. Está la cosa cada día más fea. Rumores aparte, los profes, vengativos ellos con los padres que les traen semejantes fieras a sus aulas, deciden que si ellos aguantan una hora ese estruendo, los padres deben de sufrirlo todo el día. Porque los niños tienen una tendencia innata a no hacer nunca los deberes, pero si los deberes consisten en tocar los huevos a sus padres los hacen todas las veces que haga falta. Y por eso intentan aprender a tocar la flauta. Pero… ¿Realmente sirve para algo tocar la flauta? Aparte de para encantar ratones como hizo un día el flautista de Hamelín, que por un día que consigue encantar a ratones ya vive de royalties toda la vida el tío. Los hay con morro, como diría Yola Berrocal. Pero vayamos a lo que vamos. ¿Hay algún grupo de música que tenga un flautista en sus filas? Es como tocar el acordeón, que hay gente que toca el acordeón en grupos, pero… ¿No habéis visto que todos los que piden en el tren o el metro tocan el acordeón? ¡Es un instrumento condenado a la calle! ¡No aprendáis a tocar el acordeón! ¡Da mala suerte! Pues con la flauta pasa lo mismo, sólo habréis visto tocar la flauta a algún hippie solitario en la calle con un perro que baila al son de la musica. ¡Podrían enseñar a tocar algo de música en condiciones a los críos! No sé, una guitarra en el colegio y a tocar acordes. O con un Casio de piano a aprender a elegir entre música Samba, Rumba, etc. ¿Quién no recuerda aquellos magníficos pianos? Pero al menos se aprendería a tocar algo de música aplicable a aprender algo más decente. O yo que sé, una batería. Puestos a fastidiar los oídos de los pacientes padres, ¿por qué no enseñar a manejar una batería en el colegio? También luego podrían tener futuro en algún grupo de rock que cada día salen treinta mil nuevos. Yo creo que ya no hay gente que trabaje en algo normal, ahora todo el mundo es músico. Llegará un día en el que no habrá panaderías. Total, que a los niños les toca aprender a tocar la flauta todavía, hasta que no cambien a un plan de estudios con algo de planificación de futuro; y los que fuímos niños también tuvimos que aprender a tocar cuatro paridas flautísticas que no nos han servido para nada y otros instrumentos tan interesantes como el triángulo o la pandereta. ¡Viva y bravo por las clases de música!

miércoles, 10 de octubre de 2012

Pomporrutas imperiales:

Yo siempre he sido muy de himnos, qué se le va a hacer. Me encanta ese tachántachán, que anima a cuadrarse, levantar la cabeza y andar erguido cantando a grito pelado como si estuviera marchando en un desfile. Y me gustan casi todos los himnos patrióticos, desde el nacional hasta la Internacional o la Marsellesa. Nadie es perfecto. En el colegio nos machacaban a himnos religiosos y patrióticos, como ese Montañas nevadas, banderas al viento, a cuyo compás marchábamos en las tablas de gimnasia. Era la posguerra y, en crisis continua y a falta de cosas mejores, las canciones nos hablaban de glorias pasadas, no dudando en recular hasta los Reyes Católicos (De Isabel y Fernando el espíritu impera…) o en animarnos con reivindicar imperios perdidos en la noche de los tiempos, como ese “Voy por rutas imperiales, caminando hacia Dios…”, que para nosotros pronto se convirtió en Pomporrutas imperiales. A mi amigo Mere le enseñaban, además, en el colegio el “Cara al sol”. Recuerdo una vez, caminando desde La Redondela a Lepe, que iban cantándolo a todo trapo con sus voces infantiles, y una viejita que pasaba se quedó mirándolos y les dijo: “¿Cagas al sol? ¡Caga a la Luna que nadie te ve!”. A ellos y a mí, que estábamos en el periodo caca-pedo-culo-pis, nos hizo una gracia tremenda y nos partíamos de la risa. ¿Ha pasado ya la época de los himnos? Tal vez sí. Hace años me invitaron a una comida multitudinaria de antiguos amigos, una puchera de habas en casa de Pedro el ” Pechotabla”. Fue un rato estupendo porque siempre se pasa bien comiendo una buena comida y recordando viejos tiempos. Pero al final se levantaron los mayores, que eran quienes lo habían organizado todo, y a una señal, todos se pusieron a tatarear el himno nacional con un entusiasmo digno de mejor causa. Lo más que recuerdo es, al mirar alrededor, ver la mirada estupefacta y la boca abierta de Pedro el “Pechotabla” viendo a todos aquellos señores de 70 años o más, desgañitarse tatareando. No he vuelto más. Simplemente, tal vez sea el momento de cantar suavito en esta tibia tarde de verano, con el único acompañamiento de la guitarra, un Himno de gratitud: Gracias a la vida, que me ha dado tanto…

lunes, 8 de octubre de 2012

Ir al banco

Si hay algo que las personas tenemos tendencia a hacer cuando nos hacemos adultos es lo de ir al banco. Sobre todo mientras más mayor te haces más vueltas das al banco. Sinó mirad a los viejitos que están todo el día ahí haciendo cola para comprobar que el dinero que ingresaron no se lo ha llevado el señor del banco. “Quedía midad ti tan adí todavía mid didedoh” Y el banquero: “Primero venga con la dentadura postiza la próxima vez, y sí, hace dos horas estaba el dinero, y seguirá estándolo hasta que usted lo saque, pesao”. El caso es que la gente en general tiene que ir al banco. De pequeño sólo nos asomamos a ese lugar siempre pulcro y blanco para acompañar a nuestros padres a alguna acción rutinaria. Ingresar dinero, sacar dinero y poco más. Con la consiguiente pregunta que se hace todo niño al aparecer en un banco y ver esos señores trajeados contando fajos de billetes. “Papá, ¿esos hombres que cuentan tanto dinero no se quedan nunca algún billete para ellos?” Y tu padre te contestaba: “No, porque los banqueros son gente honrada”. A lo que tú contestabas: “Papá, ¿quién es Mario Conde?” Y como siempre tu padre se quedaba sin respuestas. Conforme te haces más mayor vas apareciendo por el banco porque un día se te ocurre realizar la Primera Comunión y a todo el mundo le da por regalarte dinero. Claro, todo eso lo tienes que guardar en algún sitio y el banco está ahí para eso. Para guardártelo a buen recaudo. Juaa juaa, que grita el banquero en su oficina cada vez que se acercan las fechas de comuniones. Tú vas allí y te regalan una mochila. Mochilas que nunca jamás llevaría nadie porque no sé que tenían en los bancos que las mochilas eran feas, pequeñas y de unos colores horrendos sólo comparables a chándals de yonkis de barrios marginales. Con eso os lo digo todo. Luego vas creciendo y empiezas a tener trabajo, así que tienes ciertos ingresos puntuales. La gente se compran el coche y están atados ya de por vida a los designios del banco. Pero entonces eres una presa fácil, eres un chaval joven. Y te hacen un carnet que se llama joven, con una gran dosis de estrujamiento meningil. Los carnets joven del banco son la parida más grande que se ha inventado jamás. El banco nos ofrece un montón de descuentos en cosas carísimas que saben que no nos vamos a gastar jamás porque aunque tengamos descuento no está la cosa para soltar esos dinerales a las bravas. Como por ejemplo, ir al cine. Eso sí, nos convertimos en el chollo perfecto para recibir publicidad en el correo de manera más o menos frecuente sobre nuevas ofertas para esquiar en Candanchú o un descuento especial en el menú de palomitas gigante. “¡Paga sólo un poco más por las palomitas que por la entrada del cine! Lo chungo del banco viene cuando te haces ya mayor del todo. Eres un adulto futuramente emancipado y, por lo tanto, te quieres ir de casa a vivir o bien solo o bien con tu pareja. “Ooohh, ¡qué bonito! ¡Vamos a vivir juuntos! Yuupii. ¡La república independiente de nuestra casa! ¡Amamos Ikea!” Pero no todo es tan feliz como tener que comprarte un mueble y encima tener que montarlo tú. Que, una cosa, ¿para comprar en Ikea hace falta haber sido fan de Bricomanía? En fin, que para tener un piso, aparte de tener ganas y paciencia, hay que pedir una hipoteca. Y ahí entra el banco en acción. Tú vas allí, pides una hipoteca y lo primero que te preguntan es si tienes dinero. A lo que tú piensas, claro que no, si tuviera dinero para qué coño pediría una hipoteca. Es como si te fueras a hacer un implante de pierna y te pidieran tenerla. “Hola, venía a hacerme un implante de pierna”, “Pues mire, nos tendrá que traer un certificado conforme va recibiendo cachos de pierna cada mes, la pierna de su padre y a poder ser la pierna de su mujer, y además, nos tiene que certificar que usted puede tener pierna si quiere en cualquier momento“. “Pero a ver, ¿si tuviera pierna para que querría yo que me la implantasen?”. Pues bien, los bancos son iguales. En vez de ayudar a los que lo necesitan, ayudan a los que más dinero tienen. Mientras más tienes mejor te atienden. Y si te toca la primitiva el director te saca la alfombra roja y pone una banda de música a la entrada para hacerte los coros, por no hablar de felac… Felicitaciones. Es como cuando sale por la tele que a la Infanta o a la Princesa le regalan ropa para los recién nacidos, juguetes, carritos de bebé… Y dices, ¿precisamente a ellos que van sobrados de pasta les dan de todo que no les hace falta y la gente mileurista que no llega a fin de mes, ni a mediados, no les dan ni los buenos días sin pedirles antes el certificado de buena persona expedido por Banqueros Association? No es por nada, pero aquí… Algo falla.

sábado, 6 de octubre de 2012

Anuncios de Contactos:

¿Saben? Yo compro el periódico todos los días por que hay que estar informado... Y si algún día tengo mucha prisa lo que hago es leer sólo las páginas de contactos. Sí por que en la páginas de contactos está resumido el periódico entero. Sección internacional: "Griego, francés, turco...". Meteorología: "Lluvia dorada...". Economía:"10.000 completo". Bueno, y lo mejor es lo que ayudan a la gente con problemas... Por ejemplo, una señorita tiene un problema:"Vanessa: muchas tetas, 120". ¡Ciento veinte! ¿No son demasiadas tetas? Oye, pues lo anuncia, y alguien le comprará veinte o treinta... Los anuncios de contactos, al igual que el resto del periódico, hay que saber interpretarlo. Los hay que sirven para evitar riesgos..."Jeannette: recibo desnuda" Pues está bien que te avisen, por que imagínate que van unos testigos de Jehová, llaman al timbre y les abre Jeannette desnuda... Venimos a verte en nombre de Jesús. También para prevenir es este otro que dice:"Leticia: senos explosivos, cuerpo de infarto...". ¡Senos explosivos!¡Cuerpo de infarto! Aquí sexo seguro no hay...¡Como para llegar con la mecha encendida! Uno de mis favoritos es Víctor: "Víctor. Superdotado. Largo: Dos latas de Coca-Cola", ¡depende, por que si son de las que te dan en los aviones...! Y es que algunos anuncios dan que pensar: "Chicas universitarias, reciben las 24 horas". Vale, ¿y cuando estudian? Y también está ese que dice: "Orientales. Disfrutaras haciendo un trió con nosotros". ¡Esta claro! Orientales...un trío... ¡Coño, éstos son los Reyes Magos! Dentro de los anuncios de contactos también encuentras a gente muy discreta: "Carla, azafata de vuelo, te hago de todo". Y es verdad: te retrasa el avión te pierda las maletas. ¡De todo te hace! Hay otros, sin embargo, que son contradictorios: "Jennifer: viciosa y discreta. Dirección, calle Carreras, 40". Querida Jennifer: viciosa... puede, pero discreta, discreta...¡no! Y este otro: "Sumisa, llámame por las tardes". Un momento... ¿no eres sumisa? ¡Te llamaré cuando me dé la gana! Y luego están los que te hacen dudar:"Famosa de la tele. demostrable". Bueno, si te lo tiene que demostrar, no será tan famosa. Y además aunque sea verdad, sólo con esos datos... Podría ser la oveja Dolly. Otros desconcertantes:"Lisa: enormes tetas". Señorita, decídase: o lisa o enormes tetas. Claro que para dudas éste:"Yoli. Soy ninfómana. Lo hago por vicio. 10.000 pesetas". ¿Diez mil pesetas? ¿Las pagas tu, o te las paga ella? Por que si lo hace por vicio... Hay algunos que, si te paras a pensar, promocionan el canibalismo:"Ángela: cómeme enterita".Y al lado hay otro que dice:"Sofía: me lo trago todo". Pues ya está: ¡Ángela, tiene que llamar a Sofía! Y el más inquietante:"Kitty y Maica, ven a vernos... ¿y hacemos un sándwich contigo!". ¿Conmigo? ¿Qué pasa? ¿Que en su barrio no hay McDonald's? Seguro que después de comerte a ti, se beben las dos Coca-Colas de Víctor. Lo que no entiendo es por qué poner un anuncio por palabras de contactos en el periódico cuesta mil pelas por palabra, y sin embargo, Anasagasti sale gratis todos los días. ¡Y con foto, que Vanessa no sale con foto! Yo creo que al paso que van acabarán resumiéndolos aún más para no gastarse tanta pasta. Y ya puestos, tengo algunas sugerencias. Por ejemplo, en vez de decir "griego profundo", podrían poner: "Platón". Y en vez de anunciar "francés bajo el agua", podrían poner:"Cousteau". Y sobre todo, en vez de "beso negro con ojos vendados", ¿no podrían poner, "Stevie Wonder"?

La moda de irse a Punta Cana.‏

De un tiempo a esta parte hay una moda incipiente a la hora de irse de vacaciones que está causando estragos en los hábitos ciudadanos. Esta es la tendencia del pueblo español de marcharse de vacaciones a Punta Cana. Mira que el mundo es grande, mira que hay sitios por ahí para visitar, pues nada, todo el mundo a Punta Cana. Habrá gente que dirá: “Vale, no voy a Punta Cana, voy a Bagdad, la ciudad de las mil y una noooches…” Vale, si te gusta viajar a Punta Cana, no voy a ser yo quien te diga que no vayas y si no ves el telediario desde hace seis años, tampoco voy a ser yo quien te obligue. El caso es que cuando hay algún fin de curso universitario, algún viaje organizado entre amigos o amigas, alguna Luna de Miel, algún viaje de esos largos que hace la gente antes de tener un hijo porque luego no van a poder pues cogen y se van a Punta Cana. Ole ahí. Con un par. Es el mejor sitio para irse de vacaciones. Punta Cana para el que no lo sepa es un cabo con playas tropicales en la República Dominicana que un día unos cuantos hotelistas decidieron colonizar al más puro estilo Hernán Cortés a lo moderno, es decir, en vez de cortar cabezas, pues se compran terrenos; y ala, a vender viajes en hoteles con spa-resort y putil-resort y cosas así. Y digo yo, ¿hace falta pegarse un viaje de avión de tropecientas horas para meterse en un hotel y no salir? Porque la gente que va luego viene y dice: “No, es que nos lluvió…” “No, es que no pudimos salir del hotel…” “No, es que nos encontramos a la cuñada de Pepe y no nos dejó en todo el puñetero viaje”. Que esta es otra, tú vas a un sitio de vacaciones a relajarte y dejar de ver las mismas caras de siempre y en Punta Cana te encuentras a tu prima del pueblo, a la vecina del quinto, al carnicero del barrio, a la cajera del Mercadona y a hasta al alcalde del pueblo con cinco mujeres de dudosa reputación a su alrededor. Aquello está lleno de españoles y seguramente de tu mismo pueblo. Como va todo el mundo… Lo mejor es que allí pasa un fenómeno curioso del que se ha hablado muchas veces. La gente te saluda más efusivamente mientras más lejos de casa está. Aunque en mi bloque de pisos por ejemplo pasa de forma un tanto distinta. Si te ven esperando el ascensor te saludan, si te ven por la calle te giran la cara, si te ven en el centro hacen ver que no te han visto, si te ven en otra ciudad te saludan y si te ven en Punta Cana te dan un abrazo, te invitan a una copa y por poco te dejan que te forniques a su mujer. “Hombree, ¡tú por aquí! ¡Qué casualidad, ayer ví al frutero, qué cosas tiene la vida! ¡El mundo es un pañuelo!” El mundo es un pañuelo no, que a Punta Cana va todo hijo de vecino. Pero en fin, sólo tenéis que buscar en Google, que hay ofertas a porrones poniendo Punta Cana en el buscador. Que si hotel, que si ofertas, que si viaje perfecto… En fin, que casi es una cita obligada. Antes eran las religiones las que movían a la gente, ahora es el nuevoriquismo, que es la nueva religión del futuro. Antes podías peregrinar a Santiago, o a la Meca, ahora la gente peregrina a Punta Cana. Ya veréis, un día de estos véis todo el avión lleno de gente vestida de Xacobeo con bañador y chancletas de los Pitufos. Todo a su tiempo. En serio, ¿nadie se ha parado a pensar que el mundo está lleno de destinos bonitos de ver, menos masificados y con posibilidades de turismo mucho más amplia? ¿O realmente a todo el mundo le resulta el viaje de su vida y la ilusión eterna el marcharse una semana a meterse en un hotel con tu vecino en Punta Cana? Manda coonne, que yo lo mas lejos que he llegado ha sido a Bollulos.

jueves, 4 de octubre de 2012

Ir al medico

Hoy no me encontraba bien. Simplemente sabía que tenía fiebre y dolor de garganta, de la fiebre se encargó el señor Gelocatil y para el dolor de garganta tenía que visitar el médico por si las moscas. Y aquí viene la historia de cada día en la seguridad social que vivirá todo hijo de vecino que no tenga una mutua a su disposición. Uno, normalmente, cuando se pone malo decide ir al médico para ver qué tiene y qué te manda para curarse. Tú llamas al teléfono que pone a tu disposición la Seguridad Social y preguntas si te pueden dar hora para tu médico. “Tenemos hora para el viernes si lo desea”. Pues mire, el viernes una de dos, o me he curado o me he muerto ya del todo, así que mejor voy a urgencias. Luego se quejan de que urgencias está lleno de gente, pero si es que para ponerte malo tienes que llamar a Rappel a que te adivine el futuro. Si en el horóscopo te pone: “Ten cuidado con los resfriados que es invierno”, con esa exactitud con la que siempre se dirigen hacia ti los horóscopos; pues ya sabes, pide hora en el médico que para cuando te den hora seguro que ya te ha dado tiempo a ponerte malo, incluso si me apuras, para curarte. De todas formas, el teléfono del ambulatorio que te toca, resulta que llamas y comunica todo el rato. Yo no sé si es que tienen aún internet a 56kbps al estilo antiguo o que están todo el rato hablando con su novia o novio por teléfono. “Cariño, a ver si jugamos a médicos, te voy a meter una urgencia por donde entran los pacientes en la ambulancia” “Ponme vicksvaporub en el pecho, frótame toda”. En fin, ya se sabe como son en el mundo medicinal, sólo hay que ver Hospital Central que los pacientes se están muriendo y ellos nadamás que pensando en sus folleteos entre ellos mismos. “¡Vilches, nos espera un paciente terminal en el quirófano!” “Calla y sigue chupgggg” Total, que cuando por fin superas los escollos burocráticos y consigues hora aunque sea en urgencias te diriges a la consulta. Allí tendrás que esperar junto con otra gente en la sala de espera en la que hay unos cartelitos muy bonitos que ponen: Silencio. Y lo ponen bien claro, silencio. Pues bien, las señoras mayores lo del silencio no se lo toman muy al pié de la letra. Dependiendo de la hora que vayas la sala de espera es poco más que un gallinero en el que sólo falta el bingo para que los yayos estén del todo agusto. Corren rumores de que en las próximas instalaciones de ambulatorios constarán con un terreno para jugar a petanca. Lo mejor viene cuando una mujer se acerca a ti y te pregunta: “¿Qué, estás malo?” No, vengo al médico a comprar churros, no te jodes. Y ahí es cuando empieza la mujer con su batería, primero te pregunta que tienes. “Nada, dolor de garganta señora”. Y ella: “Aaayy, mi marido el pobre también empezó con un dolor de garganta… Aayy, ¡que en paz descanse!” Si hay algo poco bonito de escuchar cuando estás enfermo es algo así. Pero lo peor no es eso, lo peor es cuando te cuentan sus operaciones: “Sí, yo vine hace dos meses porque me habían encontrao un quiste en la hernia del mismo bulto que tenía en la pierna deresha que luego se me pasó a la izquierda mezclándose con la matriz, lo cual formó un coágulo de dimensiones extraordinarias…” Mientras tanto tú estás apunto de vomitar y ella sigue. “Lo peor fue cuando me abrieron y vieron que dentro además tenía un Gremlin incrustao en el hueso que si lo tocaban bailaba sevillanas”. En fin, que te cuentan tantas cosas seguidas que ya te crees cualquier tontería. Después de los eternos minutos de charla con la mujer de enfermedades raras, por fin te llaman para que entres, así que pasas para adentro y te pregunta. “¿Qué tienes?” Eso lo tendrá que saber usted que es el médico. Total, que le explicas un momento los síntomas: “Bien, he tenido fiebre y tengo dolor de garg…” “Muy bien, desnúdese” “Pero si he dicho la garg…” “Desnúdese”. Bueno, esto ya no pasa tanto, pero antes te hacían desnudarte a la mínima, yo creo que lo hacían para que si ibas sin resfriarte al final te resfriaras cogiendo frío allí mismo. Hay que justificar el gasto en Sanidad. Así que una vez el médico sabe que es lo que tiene te manda una receta. La lees: “Profiteroles con aceite vegetal a la salsa de soja espesa” Oiga, doctor, que esto no creo que sea la medicina para la garganta. “Ay, perdón, que me he confundido de receta“. O se ha confundido o es que hay médicos muy cachondos. Y al final lo que te manda lo tienes en casa, ese botiquín de medicinas que en toda casa hay. Deberían vender los medicamentos a granel. Es decir, te manda el médico tres pastillas al día durante una semana, pues vas a la farmacia, te pillas veintiuna pastillas y tan feliz. Pero no, te compras una caja con cincuenta comprimidos y luego la mitad se quedan muertos de asco en casa. Que hay un armario que está lleno de medicinas que ya no sabes ni para qué sirven, ni si están caducadas. Que más de una casa se habrá convertido en farmacia clandestina vendiendo pastillas sueltas a sus vecinos. Y luego toca curarse. Con un poco de paciencia, reposo y seguimiento a rajatabla de las recomendaciones del médico te recuperas y a volver al tajo. Pero antes te ha tocado vivir la odisea del médico y el malestar general de la enfermedad. ¡Menuda época esta!

martes, 2 de octubre de 2012

Robar en los hoteles.‏

Ahora que han acabado los juegos olímpicos no estaría de más que declaráramos en España el acto de robar como deporte olímpico. Con sus categorías y todo: salto con pértiga, slalom con policías o cien metros lisos con cartera ajena. Y con categorías a niveles superiores como tiro a la hacienda pública o esgrima sus argumentos para su defensa señor político. Porque además en política tenemos el récord mundial y olímpico de mangantes y corruptos. Aunque lo preocupante no es tener muchos corruptos ostentando posiciones de poder. Lo realmente preocupante es estar seguros de que pondríamos la mano en el fuego por muy pocas personas a nuestro alrededor, a las que creemos capaces de hacer exactamente lo mismo si tuvieran algún carguito. Un ejemplo paradigmático de este tema es el que nos ocupa hoy: robar en los hoteles. Un gesto sencillo de la sociedad que indica que a la mínima que tengamos posibilidad de cometer un acto delictivo sin consecuencias, éste ocurrirá inexorablemente. Es una especie de ley de Murphy del mangoneo. Esto en Japón no pasa. Los japoneses ven una cartera en el suelo con billetes a rebosar y se pueden pudrir los billetes en el suelo que no los coge. Un español ve una cartera en las mismas condiciones y se le presenta siempre el mismo dilema moral: “¿En qué podría gastármelos?” Así pues, cuando alguien se va a casar en este santo país su ajuar de toallas está patrocinado por Husa, Melià y Hoteles Barcelo de un pueblecito de la Costa andaluza. Los nombres de los hoteles también se las traen, hay todas las combinaciones posibles entre Sol, Mar, Playa, Cielo y Arena. Hay hasta campings con nombres como Caballito de Mar, pero incomprensiblemente no hay ninguno que se llame La Medusa Picante. Cosas del marketing. La cuestión, y volviendo al tema, es que las toallas del hotel se han convertido en el elemento a robar por excelencia. Como si en el precio de la habitación entrara de regalo el juego de toallas. Como si de una cuenta de un banco se tratara. Dicho esto, no sería algo a descartar que los hoteles pusieran las toallas con cadenas, cuales bolígrafos de caja de ahorros. “Séquese aquí, ya fregaremos nosotros”. A tanto ha llegado el tema que cualquier objeto de la habitación del hotel es susceptible de ser robada. Juegos de sábanas, lamparitas, cuadros… Pronto en los folletos de las agencias de viajes vendrán indicados reclamos como: “Desvalije su propio hotel, ¡usted también puede!”. El colmo de todo esto llega cuando alguien abre el mítico mueble bar. Cualquier persona de un país nórdico abriría la nevera, vería una botella de whisky de 40 eurazos y pensaría: “Vaya, qué cara, no la puedo pagar, beberemos otra cosa”. Un español haría cálculos sobre cuantos mililitros de orín pueden generar entre él y su querida pareja para volver a rellenar la botella sin que se enteraran los del hotel. “Total, es del mismo color”. Y entonces aparece nuestro querido amigo Sörklúnd Grïhander de los fiordos, llega al hotel español, saca su billetera para pagar los 40 eurazos de la botella… Y ahí está. Se va a su país con todo el sabor en la boca de la famosa Marca España.

Quedarse mirando chorradas:

El tiempo libre es peligroso. Parece mentira, pero sí. Cuando una persona tiene más tiempo libre de lo habitual comienza a hacer cosas extrañas. Las principales son arreglar la habitación o repintar las paredes, pero cuando se tiene tiempo libre de verdad lo que se hace es quedarse parado mirando cualquier cosa especial que ocurra en la calle. Aunque sea un tubo que sale del mar y va soltando arena con agua a presión que proviene del fondo. Dicho así parece una tontería, y efectivamente, lo es. La alcaldesa de mi pueblo se ha dado cuenta que la playa estaba corta de arena. Se percató un día que andaba por el paseo, puso un pie en la playa y se dio un cabezazo de coone, y se la llevó arrastrando el mar. Cuando volvió tres meses después, prometió que nunca más volvería a pasar hambre… Ah sí, y que volvería a haber arena en la playa. Para eso alquiló un barco muy hermoso, unas tuberías gruesas y una bomba de presión. La misión era traer arena del fondo hacía nuestra despoblada playa. Lo que no se imaginó nuestra insigne alcaldesa es que tendría que haber puesto sillas en el paseo y un hombre dando tiquets o repartiendo bocadillos a dos euros. ¡O no me di cuenta yo leches! ¡Ahora he caido! ¡Maldita sea! ¡Qué espectáculo habían montado sin querer! Montones de abueletes aburridos por culpa de la crisis del ladrillo se agolparon a la primera fila del paseo para observar de primera mano como sacan arena del fondo del mar. Y así durante horas. Sí, durante horas. ¿Qué gracia tiene mirar una tubería sacando arena más de cinco segundos? No se sabe. La tubería tenía un efecto hipnótico sobre ellos y sobre la mayoría de los viandantes. El que pasaba por allí, se quedaba para siempre. Gente de todas las edades y condiciones quedaba absorta ante tal espectáculo y emoción de tubería. Hasta tal punto que costaba pasar por el paseo. Yo aún, a día de hoy, le sigo buscando explicación. Aquello debía tener un efecto llamada o el efecto cola larga. Cuando hay mucha gente en un sitio se activa un gen llamado el Xafarder Gen, o más conocido como el Tomate Gen. “Si hay tanta gente será por algo”. Y allí que se quedan esperando algo como esa gente de las sectas que espera a que un ovni se acerque y se los lleve. Pues igual con esto. Debía de ser una vía de escape a la rutina diaria, relajante como mirar una pecera en la que todos los peces nadan extrañamente boca abajo. ¡Ojo! ¡Podéis quedar atrapados en un bucle infinito y visionar durante horas esta tubería mágica! ¡Oh! Y cuando se hizo de noche y les entró hambre decidieron aplaudir y gritar bravos.