martes, 23 de octubre de 2012

Del matrimonio y otras componendas.‏

A estas alturas yo creo que tengo más autoridad moral que el Papa para hablar del matrimonio. Después de todo yo este año cumplo los ..enta años de casado (y él, no). Además, me he tenido que meter entre pecho y espalda unos cuantos libros de Antropología, en los que el matrimonio es la institución estrella a lo largo de los pueblos y de los siglos. Pero no se preocupen que no les voy a hablar del matrimonio en los burundi ni en los indios chiricahuas, si bien es verdad que la variedad de formas en las que la gente asume ese compromiso me lleva muchas veces a preguntarme qué hace que dos personas que no se conocen de nada, o que se conocen demasiado bien, decidan firmar papeles para lavarse los dientes en el mismo lavabo durante toda la vida. Echemos un vistazo, por ejemplo, a tres casos. Primer caso: León Tolstoi, antes de casarse, le hizo leer a su novia, Sofía, sus diarios para que no protestara cuando viera qué tipo de pájaro se iba a llevar al huerto. Ah, no dirás que no te avisé… Total, que se pasaron la vida tirándose los trastos a la cabeza, escribiendo cada uno su diario e intercambiándoselo (que ya es afición), poniéndose bonitos. No la dejaron ni ir al entierro, supongo que para que no le diera un bolsazo al féretro. Segundo caso: Mi abuela materna se casó con su cuñado después de que su hermana hubiera muerto. Ella era una jovencita con cintura de avispa, me contaba, a la que le encantaba bailar la berlina en las fiestas de Villablanca. “A mí me gustaba un chico de Lepe decía pero, cuando mi cuñado me pidió casarnos, mi madre me dijo: “Sí, hija, cásate con él para que no se vaya de la familia”. Y allá que se casó y tuvo 4 hijos. Cuando mi madre, que era la más pequeña, tenía pocos años, ya mi abuelo tenía una familia paralela en Cartaya y, al morir mi abuela a los 72 años, él se casó por tercera vez con su compañera de allá con la que también tenía hijos y nietos. Tercer caso: Don Faustino, el padre de uno de mis amigos, que murió a los 100 años, se enamoró a los 25 de su mujer y le propuso casarse. Ella le puso una condición. Su madre había sufrido mucho por culpa de las infidelidades del marido y ella no quería pasar por lo mismo. Le dijo:”Yo quiero que tú seas para mí y yo para ti”. Don Faustino le dijo: “Dame 6 meses de libertad y, cuando pasen, seré sólo para ti”. ¡Y ella aceptó (sin ocurrírsele pedir lo mismo para ella)! Después de 6 meses de francachela, Don Faustino volvió y, muchos años más tarde, me decía con los ojos húmedos: “Y, desde entonces, yo fui para ella y ella para mí”. ¿Alguna conclusión, aparte de que todas fueron al matrimonio sabiendo lo que había? Supongo que la misma que me decía mi padre, que tuvo con mi madre un largo matrimonio de 50 años, sin separarse jamás: “Ay, hija, es que el matrimonio es una lotería…”. Y hay quien no gana nada, hay quien rasca algo en la pedrea, hay quien tiene algo pasable y hay quien consigue el premio gordo. Todo depende ¿de la suerte?

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